Gabriel Vargas Lozano (*)

Para mí querido maestro. Que descanse en paz.

El viernes 8 de julio pasado, a los 95 años de edad, murió en la Ciudad de México, el filósofo hispano-mexicano, Adolfo Sánchez Vázquez. Nació en Algeciras, Cádiz, en 1915 y tuvo una vida extraordinariamente fructífera en la teoría y en la praxis. A través de las entrevistas que concedió y sus textos autobiográficos (que se complementarán cuando se publiquen sus Memorias) se van develando las decisiones que va tomando ante las circunstancias. En efecto, en su juventud se adhirió a las “Juventudes Socialistas Unificadas” en donde llegó a dirigir el periódico Ahora y luego, tuvo a su cargo el periódico  Pasaremos!, órgano de la Onceava División del Ejército Republicano. Sánchez Vázquez nos narró, en diferentes ocasiones, su participación en la Guerra Civil y su paso por la frontera hacia Francia cuando ya todo estaba prácticamente perdido. Como se sabe, hasta Francia llegó la noticia de la hospitalidad que ofrecía a los exiliados españoles un país poco conocido para ellos llamado México a través de un Presidente excepcional llamado Lázaro Cárdenas. Se inicia así la vida en un exilio forzado que animaba un intenso deseo interior de que fuera transitorio y pronto se pudiera volver a la tierra natal. Sin embargo, no pudo ser así. Pasaron años como pasan peces –como diría Neruda- y la esperanza de volver a España, se volvió desesperanza. Desde mi punto de vista, nadie está autorizado para evaluar o calificar un sentimiento personal de esa naturaleza. José Gaos consideró al exilio español como un “transtierro” (así lo concebía) ; nuestro querido Wenceslao Roces me dijo en una entrevista que le hice para la revista Dialéctica, que él se sentía tan mexicano como español. Para Sánchez Vázquez, el exilio fue un acontecimiento trágico y traumático que solo pudo resolverse, en parte, cuando pudo regresar a España y comprobar que todo había cambiado y ya no pertenecía a ese mundo. “El exilio -nos dirá Sánchez Vázquez en el epílogo de un libro que reunió a algunos de los mejores escritores latinoamericanos y cuyo prólogo es de Gabriel García Márquez- es un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que parece abrirse y nunca se abre” (…) “El exiliado vive en la idealización y la nostalgia. Vive con el reloj parado en una hora lejana, pero cuando se cierran las heridas y desaparecen las causas que lo generaron; cuando pasan los años y se han creado otros intereses y surgen raíces “entonces el exiliado descubre con estupor primero, con dolor después, con cierta ironía más tarde, en el momento mismo que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha pasado impunemente, y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de ser un exiliado” (“Cuando el exilio permanece y dura”, en Exilio!. México, Ed. Tinta libre, 1977). Pero lo anterior, no impidió a Sánchez Vázquez vivir y comprometerse con los movimientos de la izquierda mexicana, latinoamericana y mundial: se solidarizó con la Revolución cubana; apoyó al movimiento estudiantil-popular de 68 en nuestro país; participó activamente en diversos movimientos universitarios; apoyó la Revolución nicaragüense y al movimiento neo-zapatista, entre otros.

Por tanto, el exilio no inmovilizó al pensador sino que emprendió una larga marcha de reflexión sobre lo acontecido en la amplia zona de la izquierda; el socialismo y el marxismo. Hoy podemos ya visualizar claramente el itinerario. En efecto, desde muy joven, Sánchez Vázquez adoptó la concepción del marxismo y militó en el Partido Comunista Español. Vivió entonces, en carne propia y con El pulso ardiendo (título de su primer libro de poemas publicado en 1942) la lucha anti-fascista y la defensa de la Unión Soviética. Vivió también la guerra fría entre los dos bloques (capitalista y socialista) pero en 1956, el “Informe secreto” que rindió Nikita Jrushov ante el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética denunciando los crímenes de José Stalin, desató una fuerte crisis del movimiento comunista internacional que llevó a Sánchez Vázquez a profundizar sobre sus antiguas concepciones y realizar una fuerte crítica a la concepción oficial del llamado socialismo. Vinieron luego acontecimientos como el triunfo de la Revolución cubana, una revolución que se hizo en contra de los dogmas clásicos y la invasión del “Pacto de Varsovia” para impedir lo que se llamó “la primavera de Praga”. Éstos y otros acontecimientos históricos, llevaron a Sánchez Vázquez a repensar el marxismo y buscar la formulación de una vía no dogmática y creadora. El primer paso que dio fue demostrar, a través de su primera gran obra: Las ideas estéticas de Marx (1965) y su antología en dos volúmenes de Estética y Marxismo (1970), que la concepción del “realismo socialista” impuesta por el estalinismo, no tenía fundamento en los clásicos. Marx había expuesto, a pesar de que no había tenido como objetivo principal el campo de la estética, una serie de concepciones muy ricas y que dieron lugar a un amplio espectro de posturas que iban desde Della Volpe hasta Brecht y desde Lukács hasta Voloshinov. Sánchez Vázquez prosiguió, por esa línea toda su vida y culminó con su propia concepción en su libro La invitación a la estética (2004).

Pero dos años más tarde, en 1967, el autor dio un nuevo paso, al dar a conocer un estudio que se transformará en una aportación universal: La filosofía de la praxis. En esta obra, el filósofo desentraña, a partir de la profundización de la obra de Marx, una nueva concepción de la filosofía que representa una revolución copernicana: la filosofía no debe sólo interpretar el mundo, decía Marx en sus Tesis sobre Feuerbach sino entender que se encuentra inmersa en la praxis y que desde esta última tiene que pensar cómo proceder a la transformación de la sociedad. En un ensayo denominado “Las revoluciones filosóficas de Kant a Marx” dice que así como Kant tuvo como fin de su reflexión el explicar que es el hombre; que Hegel busco explicar el mundo a través del Espíritu; Marx concibió al hombre como un ser onto-creador cuya realización plena está impedida, obstaculizada y desnaturalizada por la sociedad capitalista. Se requiere cambiar al mundo para crear una sociedad más justa y más libre. Una mayor profundización sobre esta tesis de Marx se encuentra en su libro Economía y filosofía en el joven Marx (1982) y una fundamentación polémica en su libro Ciencia y Revolución. El marxismo de Althusser (1978).  En todos ellos demostró una voluntad de rigor, de profundización y de creatividad.

Pero en donde Sánchez Vázquez demuestra una enorme capacidad de crítica y autocrítica es cuando dirige sus baterías al análisis del llamado “socialismo real”. Hoy mucha gente de izquierda (no toda) acepta que la sociedad construida en la URSS no era realmente socialista, empero, hacer esta afirmación en la década de los ochenta equivalía a una auténtica traición. Cuando escuchamos a Sánchez Vázquez negar, en una conferencia y después leímos en un ensayo dedicado al “Re-examen del socialismo” que las sociedades llamadas socialistas no lo eran en realidad, de acuerdo con sus análisis tanto de las obra de los clásicos (Véase El Valor del socialismo, 2003) como de las condiciones concretas en que se había gestado esa experiencia, a muchos nos invadió la incertidumbre. Era como decirle al creyente que Dios no existía o que lo que había creído toda la vida era falso, empero, esto nos preparó en parte para lo que sobrevino en 1989: “El derrumbe del muro de Berlín” que paralizó a la izquierda mundial. Lo que había hecho SV era un ejercicio de honestidad intelectual. Frente a las posturas de Trotsky, Schaff, Bettelheim, Bahro, Suslov y otros, sostuvo que el llamado “socialismo real” no era ni capitalista ni socialista sino una formación específica de transición al socialismo que estaba bloqueada por la tecno-burocracia que se había apoderado del Estado y suprimido la democracia. Pero había una diferencia esencial entre la crítica de Sánchez Vázquez y de otros intelectuales honestos del mundo frente a la critica oportunista era que se hacía desde el marxismo y desde un auténtico socialismo ya que no dejaba en la oscuridad una impugnación radical al capitalismo y sus estructuras de injusticia y alienación.

Pero desde los sesentas, ASV había advertido que en el marxismo faltaba una teoría de la moral y una nueva concepción de la utopía. Uno de sus últimos libros, que sucedió a la publicación del manual de Ética (1969) y de diversos ensayos sobre la temática fue el denominado Ética y política (2007) en donde analizó las diversas posturas existentes: una ética sin política como la que se manifiesta en los movimientos que abogan por la no-violencia; una política sin ética cuyos ejemplos abundan en el presente mexicano hundido en el pragmatismo y una interrelación compleja entre la estrategia para tomar el poder y la concepción ética que debe, forzosamente acompañarla para no caer en formas salvajes de maquiavelismo y que estarían muy lejanas del socialismo. Y qué decir sobre el tema de la utopía que desarrolló en aquella ponencia que expuso en uno de los cursos de Verano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, junto a Kolakowsky, Morin, Marcuse, Colletti y Garaudy titulado “Crítica de la utopía” (y que después se convirtiera  en un libro titulado al revés del clásico engelsiano “Del socialismo científico al socialismo utópico” 1975).

Pero los años pasan inexorablemente y Sánchez Vázquez va viviendo una contradicción inevitable: a los noventa años; a los noventa y tres; noventa y cuatro; noventa y cinco, conserva una lucidez mental impresionante mientras ve como sus facultades físicas van disminuyendo. A pesar de todo, organiza lo que creo es uno de sus últimos libros: Investigaciones literarias (México, UNAM, 2009) en donde incluye textos sobre Unamuno, Neruda, Marinello, Cervantes, Machado, Valle Inclán y otros.

Su vida se apagó el 8 de julio pasado. Muchos discípulos y colegas asistieron a su entierro y lamentaron (lamentamos) consternados, su fallecimiento.

¿Qué podría definir al filósofo Sánchez Vázquez?
Primero su generosidad con sus discípulos y colegas que recibieron una reflexión inteligente sobre sus obras. Su bondad con sus amigos. Su capacidad para cambiar. El trauma del exilio lo había vuelto, en los primeros años, extraordinariamente serio y aunque nunca dejó de percibirse un fondo de pesadumbre, el colorido del movimiento del 68 y la voluntad de luchar le devolvió el ánimo y le hizo cada vez más flexible y tolerante. Tuvo la voluntad de explorar nuevos rumbos en la filosofía, en la concepción de la utopía y en la filosofía moral y política. Tuvo la voluntad y entereza de persistir. A pesar del derrumbe del llamado “socialismo real” y en medio de la defección y el desgarramiento del vestiduras por los ex marxistas de toda laya que pasaron de un fanatismo a otro, se mantuvo como marxista crítico y creador porque consideró que el diagnóstico de Marx sobre el capitalismo era correcto en lo esencial y porque consideró que un auténtico socialismo seguirá siendo valioso y deseable si es democrático, si es ecológico y si es ético.

 México, D.F. 9 de julio de 2011.
(*) Profesor-investigador de la UAM-I; profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; Fundador y director de la revista Dialéctica y autor de varios libros de filosofía política; filosofía latinoamericana e historia de la filosofía en México. Fue colaborador del maestro Sánchez Vázquez como ayudante de la cátedra de Filosofía de la Historia de la cual posteriormente fue titular. Colaboró en la edición de la colección “Teoría y praxis” de la Editorial Grijalbo; en la organización del Primer coloquio nacional de filosofía celebrado en Morelia, Michoacán en 1975 por la Asociación Filosófica de México y otros congresos internacionales. Acompañó, como conferencista especial al maestro en el primer doctorado honoris causa que le concedieron en Cádiz, su tierra natal.  Tanto él como el propio profesor Vargas fueron Presidentes de la Asociación Filosófica de México. Participó como invitado especial en la cátedra “Adolfo Sánchez Vázquez” que se fundó en Madrid por la Fundación de Investigaciones Marxistas de España y coordinó dos libros en homenaje: Praxis y filosofía, junto con Juliana González y Carlos Pereyra ( 1985) y En torno a la obra de Adolfo Sánchez Vázquez: filosofía, ética, estética y política (UNAM, 1995).