Por Eusebio Ruvalcaba

1) No hay quien no oiga música. Cualquier tipo de música. Por ejemplo, en el puesto de jugos. En el taxi. En el taller de carpintería. O en el de mecánica automotriz. Porque hace la vida más soportable. Todos los días sobrevienen malentendidos imposibles de resolver. Es entonces cuando la música —insisto, cualquier tipo de música— constituye una bendición.

2) La música es la naturaleza misma. Digamos cuando el bosque es príncipe de los verdes, digamos cuando la primavera sucede al invierno, la naturaleza ha sido un motor de atracción para compositores como Beethoven, Brahms y Schubert.

3) Con las manos entrelazadas en la espalda, Beethoven emprendía largas caminatas. Distinguía un sendero que atravesaba el horizonte inmediato, y hacia allá encaminaba sus pasos. Con la melena al aire, movía sus pies al ritmo de la obra que en ese momento lo acosaba. No necesitaba a nadie a su alrededor.

4) Pero había otro hombre en torno de él. Que Beethoven jamás distinguió. Porque aquel hombre caminaba varios cientos de metros atrás suyo. Para él, Beethoven representaba el pivote de la naturaleza, y, en consecuencia, la música en vivo. Lo mismo los trinos de los pájaros que los truenos relampagueantes, los cantos de los pastores que los rugidos de las fieras, estaban ahí. En ese hombre que encarnaba la música en su totalidad. Esa sombra de Beethoven era Franz Peter Schubert.

5) Johannes Brahms no solamente llevaba en la cabeza un mundo musical insospechado, que a la menor oportunidad vertía en el papel pautado, sino que los amigos y los admiradores hacían música al momento en que lo distinguían cruzar el umbral de la puerta de la casa, del templo o de la corte. Cualquier lugar en el que Brahms se presentaba, sobrevenía el impulso de hacer música. Desde luego del mismo Brahms. Pues eran del dominio público canciones, piezas breves, rapsodias que habían brotado de sus manos, y que ahora todos los amantes de la música querían tocar. Bien visto, era como si Brahms fuese una maquinaria reproductora de sonido que aun el más humilde hubiese querido apropiarse de ella. Porque Brahms era como la música misma. La sencillez en persona. No en balde andaba de pueblo en pueblo. Sembrando y cosechando el bien.

6) La música en la vida diaria, es como aquel ángel guardián que los progenitores enseñaron a venerar. Pensemos en el pequeño empresario que atiende su puesto de jugos. Sus jornadas son arduas. Desde recibir los insumos para preparar su producto, hasta memorizar los pedidos de los clientes, mantener la limpieza del lugar, y escuchar indiscreciones y chismes al por mayor. Ese hombre enciende su aparato radiofónico y escucha a Juan Gabriel. A partir de ese momento, la vida se muestra dulce y llevadera. Con su música, con la letra de sus canciones, Juan Gabriel le demuestra que por muy nefastas que sean las cosas, tienen un lado bueno. Que basta con parar los oídos para disfrutarlo.

7) Qué lejos está el usuario del taxi, de imaginarse el viaje que le espera. El tráfico se encuentra en su punto álgido. Todos contra todos. Y nadie avanza un metro. Entonces el pasajero hace la solícita parada y se trepa al auto. Una vez que se ha subido e indicado el sitio donde habrá de ser conducido, la música empieza a desparramarse en su sistema nervioso. ¡Qué alivio! Ignora de qué música se trata, pero una dulce melodía unge su corazón. Ya no le importa el tráfico ni menos llegar atrasado. Ahora lo único que le interesa es dejarse llevar por aquel torrente sonoro. “Es Vivaldi”, le dice el conductor al momento en que pagar.