Clamor popular pide su reapertura

 

 

¿En qué lugares coincidieron…

los seducidos por los excesos,

los que Renato Leduc llamó

“turiferarios de la Santísima Trivialidad”?

Carlos Monsiváis

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Las redes sociales se cimbraron con el grito de auxilio expresado en la convocatoria #regresabombay, a través de la cual miles de cibernautas demandan a las autoridades delegacionales de Cuauhtémoc que reabran el legendario Bombay, espacio dedicado al arte y a la cultura hip-hop, que revitalizó un área del Centro Histórico convertida, por decisión burocrática, en una parodia del hito urbano que representa la Plaza Garibaldi.

Con un pasado rico en matices y expresiones escénico musicales, este establecimiento representa la historia de uno de los puntos más intensos de la vida de la ciudad prohibida por las buenas conciencias de la capital, en cuyos antros, table dances, discotecas, boîte de nuit, burlesque, centro nocturno —o como la época los denominara—, transcurrieron vivencias que marcaron la impronta noctámbula de la ciudad.

El legendario Bombay se inició como La Niña, piquera de mala muerte en la que recalaban frustraciones y desamores de quienes buscaban en Garibaldi satisfacción a sus aspiraciones y sueños voluptuosos. El tiempo transformó el garito en salón de baile, el cual, bajo el pomposo nombre de El Imperial, se transformó en puerto de trasnochadas ficheras que alternaban con la variopinta calidad de parroquianos que atracaban en su barra.

Las agitadas noches de El Imperial dieron paso a la candencia del Río Rita y del exótico Shangai, hasta que en 1952 fue adquirido por José Luis García, quien lo transformó en el paraíso hindú que caracterizó al Bombay,cabaret tradicionaly referente insuperable de la vida nocturna de la capital.

Escenario de eventos sicalípticos y de escándalos mayúsculos, la pista del Bombay albergó la candencia de vedettes y actrices del cine de ficheras, consagrándose en películas como Bellas de noche, reflejo fiel de la trivialidad y frivolidad con la que se pretendió diluir la tragicomedia económica de la administración de la abundancia de los años 80.

Tal debacle económica obligó al Bombay a intentar su sobrevivencia adecuando sus instalaciones a una cada vez más escasa clientela, hasta que en 2011 el promotor cultural Tomás Brum funda en el local el Centro de Desarrollo Artístico y Cultural Rayarte, abriendo las puertas del mítico establecimiento a nuevas apuestas artísticas, generando así, con la llegada de nuevos públicos, la revitalización del lugar.

Por ello sorprende el llamado de auxilio que circula por las redes sociales, para rescatarlo de procesos burocráticos que violentan derechos culturales en función de viejos paradigmas que condenan y criminalizan lo diverso.

Bien harían los funcionarios públicos en conocer y aplicar los análisis de Carlos Monsiváis y la profundidad de la poesía urbana de Renato Leduc y la de Efraín Huerta, para entender a los turiferarios de la Santísima Trivialidad, a quienes, por lo visto, a pesar de los años, tanto siguen temiendo las autoridades.